martes, 26 de noviembre de 2019

Una historia triste, de Tontolino de Médicis

Puestos a recuperar blogs que ya suponía perdidos, voy a revivir hoy este, uno de los que más me agradaban en su momento porque estaba dedicado a publicar relatos y escritos de parientes y amigos. Ha estado en congelación más de 11 años, que se dice pronto, y renace con una historia que me ha encantado de Tontolino de Médicis, famoso mecenas y coleccionista, descendiente por línea curvilínea de la prestigosa familia que tanto aportó al mundo. Sin más preámbulos os invito a disfrutarlo. Espero que os guste tanto como me ha gustado a mí.


Una historia triste
                                                                                    Un relato de Tontolino de Médicis




    Sí, lo reconozco, soy un adicto al teléfono. Mi adicción comenzó el día en que, allá por 1954, se instaló el teléfono en casa de mis padres. Aquél artilugio de baquelita negra, fijado sobre la pared del pasillo, me fascinó de tal manera que me olvidé del aparato de radio de la salita de estar donde, cada tarde al salir del colegio, me sentaba junto a mi madre para escuchar a Pepe Iglesias “El Zorro” o a Matilde, Perico y Periquín, antes de hacer las tareas que me había impuesto el maestro. A partir del día de la instalación del teléfono cambié ese hábito por el de sentarme en la silla del pasillo, donde hacía mis deberes, a la espera de oír el maravilloso timbre del teléfono y, cuando este sonaba, me levantaba de la silla como un rayo, cogía el auricular antes que nadie y muy feliz decía: «Dígame». Nunca sabías de quien provenía la llamada y aquello confería un cierto tinte de misterio a la acción. Por supuesto que me aprendí de memoria los números de teléfono de mi abuela y de mis tíos, y también los de la tienda de comestibles, la lechería y el bar de la esquina donde mi padre paraba para tomarse el último chato de vino antes de subir a casa a cenar, cuestión esta que algunas veces se retrasaba en demasía. 
«Hijo, llama a la taberna y dile a tu padre que la cena ya está lista» me decía mi madre y yo, ufano, marcaba los dígitos en el dial.

    El teléfono de mi casa fue el primero que se instaló en la finca y, de cuando en cuando, una vecina llamaba a la puerta y me decía: «Hola guapo, dile a tu madre si puedo utilizar vuestro teléfono». Aquello me llenaba de orgullo y yo, presto, iba en busca de mi madre que nunca puso reparos a que los vecinos hicieran uso de él. «Hijo, dile a esa señora que pase, que está en su casa», respondía siempre ella.

    Con el tiempo todos los vecinos pudieron disfrutar del teléfono lo que motivó que la lista de contactos engrosara. De hecho, mi madre colgó de una alcayata situada a dos palmos del teléfono una libreta con pastas de hule, dotada de un índice alfabético, donde figuraban muchos más números que aquellos que me sabía de memoria, entre ellos, todos los de sus vecinas amigas y también los de algunos familiares lejanos de Aldea del Fresno y de Castuera.

    Los años pasaron rápidos y aquel mocoso se convirtió en un jovencito que, tras acabar el bachillerato elemental, sus padres decidieron matricularle en la Escuela de Peritos Industriales. «Es hora de que hagas una carrera que pueda abrirte las puertas de un buen empleo» me dijo mi padre. Yo había cambiado, pero también lo hizo el teléfono ya que aquel aparato de baquelita negro, fijado sobre la pared de pasillo, se convirtió en uno de sobremesa de color azul celeste, con un precioso dial transparente, que mi madre colocó sobre una pequeña consola situada, como no podía ser de otra manera, en el pasillo. La alcayata desapareció y la libreta pasó a ocupar un lugar en dicha consola. Aquel auricular fue testigo mudo de la infinidad de conversaciones que mantuve con amigos, compañeros de escuela y, sobre todo, de mis primeros escarceos amorosos con algunas de las chicas que frecuentaban nuestros guateques. «Hijo, cuelga ya el dichoso teléfono que la factura va a subir por las nubes», me decía mi madre.  

    Los tiempos adelantan que es una barbaridad y, a principios de los años 90, salió al mercado el primer teléfono móvil, con tecnología analógica, que Telefónica comercializó con el nombre de MoviLine. Yo ya estaba trabajando y contaba con un ben sueldo lo que me permitió adquirir uno de esos terminales. El aparato, bautizado popularmente como “zapatófono” tenía unas dimensiones considerables ―si lo metías en un bolsillo de la chaqueta corrías el riesgo de deformar la prenda― y pesaba como un demonio. Aun así, me hizo feliz. Era como tener el antiguo teléfono de mi casa en cualquier lugar donde yo me encontrase.

    La tecnología es implacable y, a mediados de 1995, Telefónica anunció un servicio de telefonía móvil, esta vez digital, con el nombre de MoviStar. Esa nueva tecnología, entre otras muchas opciones, permitía al usuario conocer el número de la llamada entrante. «Chico, modernízate, ahora, además de hablar podrás enviar mensajes por SMS y, muy pronto, hacer fotografías. Es una auténtica pasada», me decían mis compañeros de trabajo. Pero nos les hice caso y seguí con mi teléfono del pasillo, ahora en la mesa de mi despacho. «Tú no eres un cliente de Telefónica, lo que eres es un parroquiano», se mofaban todos ellos.  Y así estuve hasta el 1º de diciembre de 2003, fecha en la que tuve que cambiar mi terminal analógico por uno digital debido a que la telefonía analógica de MoviLine se extinguió. En aquella época, y a pesar de contar con una tecnología punta, nunca utilicé el SMS y, por supuesto, seguí contando con mi Nikon para hacer fotografías.

    Sin embargo, fue a partir de febrero de 2009 cuando, desde mi punto de vista, todo el tema de la comunicación hablada empezó a irse al garete. Había nacido WhatsApp, una aplicación de mensajería para teléfonos inteligentes (o sea como el mío) que permitía enviar y recibir mensajes por Internet en forma de texto, complementando esta función con el envío, a uno o a todos los contactos de la agenda, de imágenes, documentos, videos, grabaciones de audio y hasta ubicaciones. Por aquel entonces yo ya estaba casado y mi mujer, una auténtica fanática de la tecnología, me instó a utilizar esa herramienta debido a que varias de nuestras amistades habían cortado nuestra relación debido a que yo, por mis convicciones, nunca contestaba a sus WhatsApp. Un día, después de hacer el amor, me miró fijamente a los ojos y me dijo: «Verás que cómodo es su empleo. Podrás enviar, junto con tu mensaje, un gracioso emoticono con una cara que expresa tu estado de ánimo, además de otros muchos que representan objetos, actividades y muchas cosas más. Es muy divertido». Yo al principio me opuse, pero ella me amenazó con restringir nuestras actividades sexuales y eso hizo que reconsiderara su consejo por lo que, poco a poco y haciendo de tripas corazón, comencé a relacionarme de ese modo. Un íntimo amigo me comentó que más de 700 millones de personas usaban ese sistema y debía ser así porque constaté, cuando viajaba en metro, autobús, tren o avión, que tres de cada cuatro personas, adolescentes, jóvenes, adultos o ancianos, utilizaban WhatsApp.


    En los meses siguientes dejé de hablar por teléfono dedicándome, exclusivamente, a comunicarme vía WhatsApp. Aquello fue como un bálsamo benefactor, muchas de las personas que habían dejado de relacionarse conmigo volvieron a hacerlo e incluso hubo algunas que, aunque nunca quisieron saber nada de mí, ahora se pusieron en contacto mediante esta herramienta. Es más, familiares que jamás me habían llamado por teléfono empezaron a mandarme mensajes por esa vía. A pesar de todo, yo no estaba contento conmigo mismo; había traicionado uno de mis principales principios y eso no me dejaba pegar ojo por las noches. Para mí era como ser del Atlético de Madrid y de la noche a la mañana hacerse del Real Madrid y un día, a pesar de las amenazas de mi mujer, tomé la firme decisión de no volver a utilizar el dichoso WhatsApp. Ella, cuando se apercibió de ello, censuró mi atrevimiento y decidió dormir en el cuarto de invitados hasta que yo reconsiderara lo que había hecho. «Lo tuyo es de psiquiatra ―me dijo―, te recomiendo que acudas a un especialista».

    Seguí sus indicaciones y uno de mis mejores amigos me aconsejó que fuera al que, según él, era uno de los mejores de España. «Seguro que no te vas a arrepentir ―aseguró―. A mí me curó la fobia que tenía a las aves. Ahora tengo en casa siete canarios, dos loros y un tucán». No lo dudé y acudí a su consulta, podía matar dos pájaros de un tiro; volverme un adicto del WhatsApp y recuperar a mi mujer. El doctor me recibió en un despacho lujosamente amueblado con un gran ventanal desde el que se podía ver el fondo sur del Estadio Bernabéu. «Vamos a ver ―me dijo a la vez que me observaba de arriba abajo―, cuénteme exactamente lo que le pasa y, sobre todo, como se siente». Yo comencé a relatar, con todo detalle, mi obsesión hasta que, diez minutos más tarde, un sonido parecido al de un silbido salió del teléfono móvil que estaba sobre la mesa del despacho. El médico me miró durante un segundo, cogió el teléfono y me dijo: «Discúlpeme, tengo que contestar un WhatsApp. Formo parte de un nutrido grupo de especialistas y usamos este medio para comentar…». No le di tiempo a terminar la frase, me levanté de mi asiento, me dirigí a la puerta de salida y antes de cerrarla tras de mi le solté: «Váyase usted a la puta mierda».

    La relación de pareja entre mi mujer y yo se fue deteriorando poco a poco. Casi no hablábamos y cada día estábamos más distanciados. Ella se pasaba el día entretenida con las redes sociales, siendo sus preferidas WhatsApp, Telegram, Facebook, Twitter, YouTube, WeChat, Instagram, QQ y QZone, y yo me encerraba en mi pequeño despacho para poner en orden mis ideas y escribir, algo que me apasionaba y me hacía feliz

    Uno de esos días, cuando me encontraba escribiendo un ensayo sobre la vida y costumbres de los mamíferos polares, recibí un WhatsApp de mi mujer que decía: «Deja lo que estés haciendo y ven a cenar». Aquello fue la gota que colmó el vaso. Mi mente se nubló y, lleno de ira, me levanté de la silla para dirigirme a la cocina donde mi mujer freía unas empanadillas. Ella se apercibió de mi llegada y sin girar la cabeza me espetó: «Pon el mantel, en cinco minutos…». No pudo terminar la frase porque el cuchillo cebollero que empuñé se incrustó en su quinto espacio intercostal izquierdo.  

    En el juicio que siguió a continuación fui acusado, delante de un jurado popular, de homicidio en primer grado. «¿Cómo se declara el acusado?», me preguntó el juez. Yo me levanté de la silla que ocupaba y respondí: «Inocente, señoría, totalmente inocente. Lo siento mucho, la culpa fue del WhatsApp». La carcajada que emanó de la bancada que ocupaba el jurado fue de campeonato y aunque mi abogado defensor, en un gran alegato final, intentó convencer al jurado y culpabilizó a las redes sociales de crear en la sociedad una gran robotización que, de alguna forma, idiotizara a los seres humanos y les privase, en gran medida, de discernimiento y voluntad, no evitó que el jurado me declarase culpable y el juez me condenase a una pena de prisión permanente revisable.

    Estas líneas las escribo desde mi celda de la Prisión Provincial de Escalante del Jarama donde, afortunadamente, no hay wifi.    




sábado, 14 de junio de 2008

El maestro. Marta Doblas



Tengo de nuevo el gran honor y el placer de presentaros un bellísimo y emotivo relato de esta gran joven artista que es Marta Doblas. A mi me ha emocionado, y espero que a vosotros os ocurra lo mismo:




EL MAESTRO




El tiempo había pasado rápido y sin consideración de atropellar lo que tenia por delante. Mi juventud, mi rostro, y el entusiasmo de vivir se habían ido como si un inesperado soplo de viento hubiese entrado de golpe en mi vida, arrebatándome sin compasión lo que un día me había mantenido con una extraña pero cómoda felicidad. Lo único que me había salvado durante todos estos años era el recuerdo. Miré las puertas del lugar donde había transcurrido mi infancia, y que en una mañana nublada y triste había abandonado, prometiendo no volver.

Sin embargo ahora que había regresado, la luz del sol me invitaba con dulzura a entrar en el lugar. Mis arrugadas manos buscaron la cadena que siempre colgaba de mi cuello. Al final hallé una llave dorada, la empuñé y con un suspiro me impuse la sentencia de entrar en la casa. La hiedra había crecido en torno a los muros y los hierbajos cubrían el suelo donde tiempo atrás habían habitado las flores más bellas. Entré. El olor no había cambiado. Nunca podría olvidar esa fragancia. Nunca.

* * *

Una fría noche, un terrible incendio se originó en la casa de los Hawlett. De la familia tan solo sobrevivió la pequeña Edith; la joven sufrió graves quemaduras y los médicos determinaron que no podían hacer nada por ella. Edith siempre había sido una niña muy pequeña y frágil y la gente tendía a no fijarse en ella. Y esa noche, aquellos incompetentes se olvidaron de su cuerpo inerte en aquel camino, perdido en los montes de Francia. Sin embargo, un milagro sucedió: cuando las primeras luces del alba asomaban ya en el horizonte Edith tomó un nuevo aliento, volviendo a la vida.

Como consecuencia la pequeña quedó ciega y en ese momento, según se contaba, una mariposa se posó en sus hombros, guiándola hacia un lugar seguro. Días después cuando la niña se encontraba sola, su olfato, sentido que se había reforzado, la llevó hacia una casa. Edith, desfallecida por el esfuerzo realizado se dejó caer a las puertas de la casa, pidiéndole a su mariposa que no la abandonara.

Edith sintió como alguien la recogía, se la llevaba y la tendía en una cama tan blanda y confortable como lo había sido la suya antes de que fuese pasto de las llamas. Pasaron los días y descubrió que la persona que la había rescatado era un hombre maduro que le pidió que le llamara maestro. Ella accedió, su nombre era lo que menos importaba, él la había recatado de su destino. Él era su luz.

El tiempo pasó y aquel hombre se convirtió en su mejor y único amigo. Sus heridas habían sanado, y su maestro le enseñaba. Aquel lugar se había convertido en su santuario, en su lugar de reflexión y paz. Era su colegio. El maestro siempre hablaba de libros, y aunque Edith nunca se lo confesó, siempre deseó volver a ver, poder compartir con su maestro lo que más ansiaba en el mundo. Como todas las noches Edith pedía a su mariposa que le devolviera la vista.

Una noche, su maestro le leyó un libro, como siempre, pero sin embargo esa noche fue especial ya que la joven vio por primera vez en tanto tiempo aquel astro del que su maestro le hablaba: la luna llena.

A partir de ese momento, su maestro la enseñó a leer y a escribir. También Edith desarrolló una gran afición por la jardinería. Hasta entonces el jardín había estado abandonado, pero la joven comenzó a plantar y plantar flores llenándolo así todo de vida.

Pasaron los años y la joven aprendió tantas cosas que no podían ser recopiladas ni en cien bibliotecas como las del maestro. Notaba como los meses y los años pasaban por ella, pero no experimentaba ningún cambio físico. Edith pensaba que sin duda aquel lugar era una especie de paraíso para ella y sus flores.

Todas las mañanas, bajaba a su jardín y contaba historias de su invención a las flores y a las mariposas. Y las mimaba y enseñaba al maestro los progresos obtenidos. El maestro, sin embargo, si envejecía y poco a poco Edith, notó como su querido amigo se iba marchitando, cual flor en otoño. Una mañana, la joven fue a verle y se encontró con que sus ojos estaban cerrados y su expresión era serena, pero agotada como si una tropa de fornidos guerreros le hubiese arrollado.

Encima del escritorio de su maestro había una pila de libros, y sobre ellos, majestuosa, se alzaba una vitrina de cristal que contenía lo más bello que ella había visto hasta aquel momento. Dentro de aquella cúpula protectora había una flor: un lirio blanco.

En ese instante se percató que el maestro la observaba desde su lecho, con una sonrisa dulce en los labios. Edith se acercó a él, y dejó que le acariciara su pelo, como hacia cada noche. Y lentamente, con una última sonrisa el maestro expiró su último aliento, yéndose de aquel lugar silenciosamente.

En ese momento Edith comprendió que el alma de la mariposa había estado dentro del maestro siempre. Ahora le tocaba a ella emprender el vuelo.

* * *

Edith contempló de nuevo el lugar, y entonces los recuerdos acudieron a su mente. Era aquel olor, el olor que le había conducido a su verdadero hogar. Cerró los ojos.

Ésta era su historia, la verdadera y única. Ya habían pasado más de cincuenta años y aún recordaba el momento en que abandonó aquel lugar y se convirtió en adulta. Y ahora que había regresado recordó que su maestro decía que siempre quedan cosas por aprender. Su última y más compleja enseñanza era la de la vida misma.

Y así, siguió las escaleras y pasillos que conocía mejor que el laberinto de su pensamiento, y se dirigió a la habitación de su maestro. Allí la esperaba el lirio blanco, Tan fresco y bello como lo vio por primera vez. Edith suspiró y supo que de alguna manera había llegado al final de su viaje. Se relajó y por primera en tanto tiempo se dejó llevar por las sensaciones y el olor de los lirios.

Dentro de muy poco se encontraría y esta vez para siempre con la única luz que había alumbrado su vida: su mariposa.

sábado, 17 de mayo de 2008

El ladrón de la máscara. Sergio Jaime


Tengo el honor de presentaros hoy "El ladrón de la máscara", una trepidante aventura policíaca escrita por Sergio Jaime, un joven autor de trece años que, a pesar de su corta edad, ya apunta maneras. Espero que os guste.


EL LADRON DE LA MASCARA


Esta historia comienza en la comisaría de policía de Londres, cuando yo, el inspector William Harbor, estaba repasando un caso acerca de un ladrón, que últimamente había estado robando por el norte de la ciudad. Este ladrón sólo robaba en las casas de las familias más adineradas, y no sé como diablos lograba burlar la seguridad de esos lugares tan majestuosos, con guardias por todas partes. Sin duda, con los siete robos que había cometido, se había llevado un buen botín, entre cuadros, joyas, dinero y otras cosas de valor, como una
colección de monedas de la antigua Grecia.

Le estábamos siguiendo la pista desde hacía ya por lo menos un mes, desde la denuncia de los primeros robos. Además, todos los robos tenían algo en común, y es que el ladrón dejaba siempre una máscara, distinta en cada robo. Estábamos asombrados con su peculiar costumbre, e intentamos encontrar por todos los medios el origen de esas máscaras, pero nos fue imposible identificarlas, aunque entre el cuerpo de policía se oían rumores de que eran extranjeras.No lográbamos encontrar ninguna prueba, por lo que nos centrábamos más en otros casos.


Después de mi jornada, en la que, sinceramente, no había hecho más que leer unos informes y tomarme unas tazas de café, volví a mi casa, situada a pocos minutos del centro, cené y me acosté. Mi casa era un piso no muy grande, situado en un bloque que daba directamente a una calle con mucho ajetreo, principalmente debido a que era una de las principales vías para ir al centro. Durante casi todo el día se oía un ruido continuo de coches pasar, y de vez en cuando, un músico ambulante se colocaba a la puerta de mi bloque de pisos, aunque su melodía casi no se escuchaba entre tanto ruido, sobre todo cuando había atasco, con todo el mundo tocando el claxon y los policías con su pito para dirigir el tráfico. Menos mal que no vivo encima de una discoteca, porque si no lo sábados me volvería loco, aunque normalmente utilizaba ese día para ir al parque o visitar algún museo, para cuadros u objetos antiguos, lo cual a mi no me parece aburrido. Después de visitar los museos volvía a mi casa para leer el periódico o ver las noticias, ya que todos lo demás que ponían en la tele no era más que telebasura. Mi piso tenía dos dormitorios, un despacho, que anteriormente era otro dormitorio, un amplio salón, un baño y la cocina. Estaba decorado con muebles principalmente de madera. La mesa del salón era de cristal, y ya me la habían roto sin querer alguno de mis amigos cuando se pusieron furiosos al ver perder a su equipo de fútbol. En el salón tenía un sofá rojo pegado a la pared. Encima de él colgaban fotos de mis viajes, ya que yo era muy viajero. Tenía una tele de plasma y una mesa donde solía comer, casi siempre solo. El baño estaba lleno de azulejos y tenía un ducha con una mampara. En mi dormitorio tenía me cama de matrimonio, –a pesar de que no estaba casado ni con novia- los armarios donde guardaba la ropa y una mesita de noche donde nunca faltaba un libro. El otro dormitorio tenía igual decoración, y por último, el despacho, que estaba tan rodeado de estanterías con libros que no se podía no ver la pared. Nada más entrar estaba mi mesa con el ordenador donde archivaba los casos y una impresora para su posterior impresión. Después de haberos contado como era mi piso y la zona seguiré con el relato que nos acontece.


Al día siguiente, nada más llegar a la comisaría, requirieron mi presencia en una casa en la cual habían robado, y sí, como estaréis pensado, era el Ladrón de la máscara, que ya se había ganado este apodo. Esta vez el lugar era una mansión situada en una avenida al norte de la ciudad, y la víctima, una mujer de avanzada edad. Esta vez había una novedad, y es que el ladrón no había actuado solo, lo había hecho con un compañero, y por suerte, este, al ser más lento, cayó en las garras de los guardias de seguridad. Éste ladrón, llamado Bruce, no llevaba nada del botín, lo llevaba todo el Ladrón de la máscara.

Interrogamos a Bruce acerca de su compañero. Nos dijo que no conocía su cara, ya que siempre iba con una máscara puesta. No se fiaba mucho de él, ya que en otro robo que cometieron juntos hacía ya mucho tiempo, le delató, y pasó cinco años en la cárcel, por lo que estuvo dispuesto a colaborar con nosotros con tal de pillarle para que se llevara su merecido. Nos dijo que trabajaba para una organización que tiene varios ladrones en las ciudades más importantes, aunque el paradero del cuartel general de la organización era desconocido. Según nos contó, el le ayudaba aquí a robar, en Londres, pero no había actuado en los otros siete robos, y después de este robo debían entregar la mitad del dinero a la organización para la que trabajaban, dividido en tres partes, y cada parte en un lugar diferente de Europa. Primero daría el 15%, después el 35% y por último lo restante. Lo hacían de este modo para que si les pillaban en algún tramo no les quitasen todo el dinero. Nos contó que la última entrega se haría en Carnaval. En ese momento se nos ocurrió el lugar de la última entrega, al mirar la máscara que había dejado esta vez. ¿En que lugar de Europa se celebra un carnaval con máscaras que es famoso en el mundo entero? ¡¡¡ Pues en Venecia!!! Por lo tanto ya sabíamos el último lugar de entrega. Nos dijo que se hacía una entrega cada cuatro o cinco días más o menos, pero que no nos preocupásemos porque el sabía las fechas concretas, y que las entregas serían en Madrid, París y por último Venecia. Por lo tanto teníamos varios días para prepararnos. Decidimos no alertar a las autoridades de cada país para no levantar sospechas y para que el ladrón no pudiera reconocernos rápidamente. Viajaríamos yo, Bruce y dos policías que eran buenos amigos míos.

Tardamos dos días en sacar el billete para Madrid y preparar todo lo necesario, ya que no volveríamos a Londres en las cinco semanas que durara como máximo nuestra caza del ladrón. El tercer día nos subimos al avión rumbo a Madrid. El viaje fue muy tranquilo, durante el día, y lo pasamos viendo lo que ponían en las televisiones del avión. Cuando aterrizamos cogimos un taxi hasta nuestro hotel, que era de la cadena NH. Según nos dijo Bruce la entrega se haría dentro de dos días durante una manifestación, a las doce de la mañana, por lo que teníamos dos días para visitar Madrid, dos días que serían plenamente turísticos, suerte que me llevé la cámara de fotos.

Durante estos dos días hice una visita por los museos de Madrid, sobre todo con especial atención al del Prado, debido a mi interés por la pintura. También visité los diferentes parques, el Palacio Real, y me di un paseo por el centro, por la zona de la Puerta del Sol.

Después de estos dos descansados días, mis compañeros y yo nos dispusimos a capturar al ladrón. Fuimos a la zona de la manifestación, en la Gran Vía, y nos dispusimos a localizar al ladrón, ha sabiendas de que iría disfrazado con alguna máscara, por lo que prestamos atención a cualquier persona sospechosa. Había reunido un gran gentío, lo que nos dificultaba la visión, pero de repente, oímos gritos de Bruce. Fuimos a su posición para ver lo que había pasado. Al parecer vio a dos hombres con gabardina cerca del semáforo, uno de ellos sujetando una pancarta, y el otro con un sombrero que le tapaba la cara para dejar visible tan solo una larga barba negra, lo cual nos hizo suponer que ese era el ladrón, y vio que éste último le daba un sobre al de la pancarta, y que después, uno se fue calle arriba y el de la barba dobló la esquina del semáforo.

Decidimos seguir a éste, al tener suposiciones de que era el ladrón, pero al doblar la esquina tan solo nos encontramos con gente con pancartas que se dirigía a la manifestación. Maldita sea. Le habíamos perdido, se nos había escapado de las manos cuando casi le teníamos. Volvimos al hotel para decidir lo que haríamos. Pensamos que nos dirigiríamos a París, el lugar de la próxima entrega, e idearíamos un plan más elaborado, por lo que al día siguiente sacamos los billetes y nos dedicamos a pasear por la ciudad para pasar el día.

Al día siguiente nos levantamos sobre las seis y media de la mañana, y nos dirigimos al aeropuerto, ya que el avión salía a las ocho y cuarto. El vuelo duró más o menos tanto como el anterior, y la programación la cambiaron por una película, por lo que fue igualmente apacible. Nada más desembarcar hicimos lo mismo que en Madrid, pedimos un taxi y para ir al hotel y empezar a preparar el plan. Pasamos dos días de turismo hasta el día de la entrega. Bruce nos dijo que esta vez la entrega se haría en un centro comercial muy conocido en París, las Galerías Lafayette. Esto nos suponía una mayor dificultad, ya que tendríamos que cubrir varios pisos, por lo que los policías se fueron al primero y segundo piso, Bruce al tercero y yo al cuarto.

Nos manteníamos en contacto mediante el teléfono, para no mantener sospechas. De repente, mientras caminaba entre la gente, vi a un hombre con una gabardina negra, lo cual me hizo sospechar, por lo que me escondí detrás de una columna y llamé a los demás para que subieran. Justo cuando acabé la llamada, un hombre trajeado, con una bolsa en la mano, se acercaba al de la gabardina. No pude reconocer al hombre trajeado, ya que llevaba unas gafas de sol y una barba, esta vez rubia. No había dudas de que eran los que buscábamos, por lo que corrí hacía ellos, pero el hombre trajeado me vio y le dio tiempo de darle la bolsa a su compañero. Pasé de largo a éste último para intentar coger al hombre, que rápidamente subió por unas escaleras que daban al ático. Era sorprendentemente rápido, y le perdí cuando subió las escaleras, pero le seguí de todos modos. Al llegar arriba, miré entre las columnas cuando de repente vi un puño, y ya no recuerdo más, ya que después de esto me desperté en la habitación del hotel con mis compañeros mirándome y preguntándome si estaba bien.

Lograron saber donde estaba porque me vieron subir las escaleras, aunque desgraciadamente al final el ladrón escapó. A partir de ahora debíamos ser más cuidadosos, porque el ladrón ya había visto mi cara y sabía que le seguíamos, o sea que de algún modo en nuestra próxima intervención debíamos camuflarnos o disfrazarnos para que no nos reconociese. El ladrón había entregado con estas dos entregas el 50% del botín, y con la última entregaría el resto. Desconozco porqué entregaba una cantidad desigual en cada una de las entregas.

Sacamos los billetes hacia Venecia y que pasamos el día siguiente paseando por la ciudad y lamentándonos al mismo tiempo de nuestra incompetencia al habérsenos escapado dos veces el ladrón. Al día siguiente nos fuimos al aeropuerto por la tarde, cogimos el avión y nos dirigimos a Venecia.

El hotel en esta ocasión era más grande que en las anteriores, aunque eso no quiere decir nada de la calidad. Pasamos toda la noche meditando un plan. Esta vez la entrega se haría dos días más tarde durante el Carnaval, en la calle. Esta vez si que nos pondría a prueba, porque con tanta gente disfrazada, nos costaría mucho encontrarle, aunque pensamos que la persona a la que se lo entregaría tendría que tener algún distintivo para que se le reconociese. Si no le cogíamos esta vez se nos escaparía para siempre, y quedaría suelto para cometer más robos por todo el globo.

Ideamos un astuto plan. Durante la fiesta, iríamos todos disfrazados, y para distinguirnos, llevaríamos unas plumas en la cabeza, una de color rojo y otra azul, y altas para que se vieran bien. Después de esto intentaríamos localizar al hombre que debía recibir la entrega, y nos colocaríamos rodeándole, para que cuando llegara el ladrón le pudiéramos ver y coger rápidamente. Si esto fallara, no dudaríamos en tener que efectuar algún disparo. Dicho esto, le dedicamos dos días de turismo a la ciudad, y nos preparamos para la intervención.

Al día siguiente nos disfrazamos y fuimos al lugar de entrega. Lográbamos distinguirnos entre el gentío gracias a las plumas. Mientras caminábamos vimos a un hombre disfrazado con un cartel que decía algo sobre el Carnaval en italiano, y decidimos acercarnos para ver si era el hombre al que le daría el dinero. En efecto, a los dos minutos un hombre disfrazado con un sobre en la mano se acerco al del cartel, y le entregó el sobre. Acto seguido pasó algo que nos asombró a todos. El hombre del cartel cogió el sobre, se lo guardó y sacó una pistola, apuntando a la cabeza del otro. Tras unos segundos apretó el gatillo, por lo que el hombre disfrazado, o sea el ladrón, quedó muerto, y después el otro empezó a correr, pero saqué mi pistola y efectué un disparo en su pierna, por lo que no pudo andar y conseguimos atraparle.

Después de todo esto, ya en el hotel con el hombre atado a una silla, llamamos a Londres para comunicarles que el ladrón había muerto, pero que habíamos conseguido capturar al hombre que recibía las entregas. Le interrogamos y nos dijo que después de la entrega la organización mataba al ladrón para que no hubiera pistas de ningún tipo por si le atrapaban.


Después fuimos a Londres para interrogar al hombre. Yo seguí con mi vida, eso si, me ascendieron, y Bruce se hizo policía. Los días los pasamos interrogando al hombre, ya que nuestro próximo objetivo era desarticular la organización secreta y meter a sus miembros entre rejas.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Diálogos de Carmencitas


He decidido recopilar en un libro quince de los dieciséis relatos escritos hasta el momento en mi blog “Los relatos del acompañante”. Los amigos de BUBOK brindan la oportunidad de publicar tu libro a tu gusto, controlando la portada, el tamaño, el tipo de papel...Creo que el resultado es lo bastante digno como para comprarlo, y a un precio asequible. La forma de pago también es una novedad, pues se puede pagar con cualquier tarjeta, y también mediante el sistema Paypal.

Los relatos van desde el primero, “Dulce Navidad”, publicado en Diciembre de 2007, hasta “Amaretto sensual”, que apareció en Marzo de este año. He utilizado uno de los relatos, “Al viento le pregunto”, dividiéndolo en dos partes y modificándolo ligeramente, para añadir a la recopilación una presentación y un epílogo. Hay una dedicatoria especial a Edda, fiel lectora de mi blog, que con sus inteligentes comentarios y sus apreciadas palabras de ánimo me ha animado cada semana a seguir con el blog.

La dirección para comprar los libros es la siguiente:

http://felixon.bubok.es/

También tenéis la opción de leer los relatos, gratis, en el blog, cuya dirección es la siguiente:

http://relatosdefelix.blogspot.com/

Aunque lo más seguro es que, cuando leáis un par de relatos, estaréis deseando comprar el libro.

domingo, 11 de mayo de 2008

El reloj. Marta Doblas


Otra interesante aportación de esta gran escritora. Seguro que os gusta:


EL RELOJ


Miré a mi padre. Llevaba un traje gris y una corbata. Siempre se ponía muy elegante cuando íbamos a misa. Entramos en el edificio, y poco después el sacerdote comenzó con su sermón. Miré al suelo, al techo, otra vez al suelo y mis ojos se fijaron en un reloj.

Era un antiguo reloj que a veces se paraba. Nunca me había fijado en él.
- Papá, papá, dime ¿cuánto tiempo hace que ese reloj está ahí?
- No lo sé. ¿Quieres atender?
Así que cerré la boca y me concentré en el reloj. Tic-tac, tic-tac sonaba el aparato. Y entonces todo el mundo se levantó y salieron de la iglesia.

Yo aún seguía pensando en el reloj, así que cuando llegué a casa fui a la habitación de la abuela. Mi abuela era la persona más anciana que yo conocía y en sus tiempos había sido una fiel comadrona. Y allí la vi, su pelo blanco caía por la espalda y miraba por la ventana con melancolía.
- Abuela, ¿puedo pasar?
- Claro – rió mi abuelita- ¿Qué sucede, pequeño?
- Me preguntaba el origen del reloj de la iglesia. Siempre está averiado por lo que debe ser muy antiguo ¿no?
- ¿Antiguo? Ah, tan antiguo...- suspiró mi abuela.
- Cuéntamelo
Mi abuela rió con dulzura – abre esas orejas pequeño, ábrelas porque lo que voy a contarte es una historia antigua, tan antigua como el tiempo: “Tiempo atrás, cuando el mundo era nuevo y los bosques eran frondosos y mágicos, un ruiseñor cantaba al amanecer. Esa misma noche su amor se había marchado y no sabía si volvería. El ruiseñor saltó de rama en rama y voló por el bosque para tratar de encontrarla. Pasaron días y noches y el ruiseñor descontento no encontraba consuelo. Su vida pasaba y no sabía donde buscar. Un día temprano el ruiseñor tomó una decisión. Voló hacia el horizonte, más allá del mar, para encontrar su felicidad.

Él pensaba que no la volvería a ver, pero sin embargo un día pasó por un bosque espinoso y oscuro y se dijo que allí debía mirar. Una terrible visión culminó con su agonía, como una pesadilla de la que ya no podría despertar. Allí estaba ella con dos espinas clavadas en su corazón, todavía capaz de palpitar por un amor tan intenso capaz de volar.

El ruiseñor con su último canto con ella se fundió, creando juntos un reloj de amor.

Ese reloj a veces se para, por intentar expirar un ultimo aliento de vida, para volver a comenzar.”



Marta Doblas
Escrito el 7 de Febrero del 2008.

martes, 1 de abril de 2008

El Titanic. Marta Doblas


Tengo el inmenso honor de presentaros hoy el relato que ha escrito una buena amiga, Marta Doblas, pariente cercana, sobre un tema tan fascinante como el hundimiento del Titanic y su orquesta. La fotografía de la izquierda refleja el rostro real de los miembros de tan mítico grupo. El relato de Marta es una ficción que recoge la aventura que corren cuatro de los miembros.
Os reto a adivinar la edad de la escritora. Por la madurez de su estilo, podría ser una persona mayor, ya curtida en las artes de la literatura. Por su frescura, en cambio, podría ser de mediana edad...Venga, adelante, hagan sus apuestas, y a disfrutar de la lectura de esta joya:



El Titanic



Miré el buque que se alzaba ante mí. Le llamaban” el buque insumergible”. Suspiré y miré la lujosa estructura que mostraba al exterior. Placas de hierro, cuatro chimeneas y metros y metros de cubierta. Cogí el maletín que transportaba mi utensilio, y también el pan que me mantenía cada día. Mi violín. Todavía me acordaba del día que me contrataron, en ese momento pensé que Dios me obsequiaba con un regalo. Estaba equivocado.

Subí por la pasarela, con mi traje gris y entregue mi pasaje al empleado.
- Bienvenido- dijo el joven almirante mientras leía mi cartilla.- Espero que tenga una confortable travesía señor Douglas.
- Gracias, buenas tardes.
Entre en el buque, pero nunca me podía haber imaginado lo tremendamente increíble que era. Pase por las pasarelas de madera, disfrutando del olor a recién pintado. Poco a poco me dirigí a mi camarote. Había otras tres camas distribuidas por las dos salas continuas. Entonces se abrió la puerta, y un hombre un tanto más mayor que yo entro en la estancia. Llevaba un violonchelo en la mano.
- Hola- me saludo con una sonrisa amable- me llamo Charles y soy el violonchelista de la orquesta.
- Yo soy el violinista, soy Michael, por cierto, encantado.
- Un placer- respondió mi nuevo amigo.
En ese momento entraron dos hombres con sus respectivos instrumentos en la habitación. Se llamaban Thomas y Alexander. Así se creo la banda de el Titanic.

Un poco mas tarde bajamos al gran comedor, donde los de primera clase se dedicaban a contar sus chismes. Al ensayar nos dimos cuenta de que éramos simplemente brillantes. Poco a poco todo se empezó a llenar de gente y los cocineros empezaron a trajinar con los brazos llenos de comida humeante. Comenzamos a tocar, con maestría, pero en realidad nadie nos hacia caso. Esa noche, Thomas comento que se sentía frustrado, y es que todo hay que decirlo, y es que nuestro amigo siempre se había creído el ombligo del mundo, y en ese viaje se dio cuenta de que no era así.

Los días y noches pasaban con monotonía, tocar y practicar e ir de fiesta en fiesta. Todo, absolutamente todo iba perfecto hasta una fría noche, en la que el buque de los sueños se convirtió en el buque de la pesadilla.

Esa noche acabábamos de salir del salón tras una velada grandiosa, y por entonces reíamos, aunque desconocíamos que seria por última vez. Rumbo a nuestro camarote oímos un ruido sordo.

Nos miramos los unos a los otros.
- Se ha debido de caer un cuadro- dijo Alexander.
- Yo no lo creo- le respondió Thomas sombrío- y no pienso dormir si no se lo que ha sucedido- dijo mientras se daba la vuelta y se iba.
Yo le seguí el primero, pero en apenas unos momentos todos nosotros nos dirigíamos a la cubierta.
Al llegar vimos que había personas jugando con hielo. El suelo estaba cubierto de esos trozos cristalinos. Algunos comentaban que habíamos chocado con un iceberg. Fijándome en el ambiente note como los oficiales iban de aquí para allá con cara de preocupación.
- ¿Un cuadro, eh?-dijo con sarcasmo Thomas.- Bien, ¿y ahora que hacemos?
- No hay porque preocuparse, todo el mundo sabe que nadie ni nada podría hundir este barco- dijo Charles muy seguro de si mismo.

Un poco después el capitán hizo que todo el servicio acudiera al salón principal. Y allí estaba el, de pie y mas pálido que un muerto. Antes de comenzar a hablar dio un prolongado suspiro.
- Señores, como todos a estas alturas ya sabrán hemos chocado con un iceberg- dijo con voz grave.- Vayamos al grano, mis queridos señores, nos hundimos.
Tras esas palabras mi vista se nublo y no quise escuchar más. Lo último que vi antes de salir de la estancia fue como al capitán se le escapaba una lágrima. Una lagrima tan salada como la misma mar.

Al salir, estábamos más blancos que el papel, ya que sabíamos que nos habían puesto una sentencia de muerte. Ya que ni siquiera había suficientes botes para la mitad de los viajeros, por lo que mucho menos para nosotros. Moriríamos en la mar, como nuestra tumba salada.

Nos sentamos en el suelo de la cubierta con nuestros abrigos, sin saber que hacer o que decir. Minuto a minuto notábamos como el Titanic iría a echarse una longeva siesta al fondo del océano.

Esta situación me sobrepasaba, por lo que decidí expresar lo que sentía:
- Amigos míos,- dije suspirando- afrontemos la realidad: esta noche será la última. No se vosotros pero yo haré lo que mas me gusta en este mundo- dije con lagrimas contenidas en mis ojos.

Se miraron entre si, sonrieron y se levantaron. Todos corrimos y cogimos nuestros instrumentos. Estuvimos mucho tiempo tocando, o al menos eso me pareció, porque luego la gente empezó a correr despavorida.

Esa noche llegamos a tocar con nuestras humildes manos lo que todo músico desea: la excelencia y la divinidad. Dado un momento, los cuatro partimos hacia la parte superior del barco; ya que se estaba levantando. Una vez allí nos agarramos a una barandilla, y entonces oímos un ruido sordo; en ese momento el Titanic se partió por la mitad. En unos segundos que a mi me parecieron horas el buque se puso completamente en vertical y Alexander cayó al vacío. Todos gritamos su nombre mientras nuestro amigo se quedaba colgado de otra barandilla.

Poco a poco el mar engulló con apetito voraz el navío y con él, todas las esperanzas depositadas. El agua estaba tan fría que no sentía prácticamente ninguno de mis miembros. Alexander se reunió con nosotros. Note que la vida de mis compañeros se escapaba como las mariposas de las manos de los niños en primavera.

No comprendía porque los botes no venían a por nosotros. Poco a poco las voces se apagaban, y los llantos de las bocas de los niños expiraban. El frío era tan intenso que mis amigos comenzaron a dejar de moverse. Tenia tanto sueño y frío…

Entonces vi una luz. Creí que era un bote que venia a buscarme, pero luego me di cuenta de que esa luz era mucho mas intensa de la que cualquier bote. Pude percibir como mi alma se alzaba al cielo junto con las de mis amigos.

Quienes sobrevivieron al terrible accidente recordaron que durante unos segundos oyeron la melodía más poderosa y brillante de todos los tiempos.

En honor a la Banda del Titanic

domingo, 9 de marzo de 2008

Amor vampiro, de Andrés Pons


Os presento otra muestra del talento para el terror de mi buen amigo Pons. Espero que lo disfruteis:



AMOR VAMPIRO



Manolo llega de nuevo tarde al trabajo, su última película le trae demasiados quebraderos de cabeza. Actores incompetentes, un guión que no ve la forma de sacarlo, múltiples problemas en la producción. Un desastre de los que ya se encuentra acostumbrado.
No en vano lleva unos diez años metido en la serie b directa al video o, en este caso DVD, canales por cable a pesar de su juventud. No cuenta con mucho más de 30 años. El hombre es totalmente feliz en ese mundillo donde entró al colaborar en algunos cortos para colegas. Sin saber ni cómo lo empezaron a llamar para hacerse cargo de todo tipo de producciones, todas orientadas al mismo fin.
Presupuestos mínimos que aseguren una rápida recuperación del dinero invertido.
ZOMBIES, vampiros, Hombres lobo, sobre todo, muchos psicópatas pululaban por sus cutres realizaciones donde el sexo rozaba la pornografía, siempre acompañado por litros de sangre y humor grueso. Venta fácil que le permite llevar una vida aseada. Sus padres se dedican al cine aunque en una faceta muy diferente, ellos son guionistas trabajando en producciones de más alta alcurnia. A ninguno le hace muy feliz el camino de su hijo pero no les queda más remedio que aceptarlo.
De todas formas hace tiempo que el joven vive en un piso de Madrid. Sus padres, que siguen en Mallorca, tan solo sé ven de tarde en tarde. Nunca se sintió comprendido por ellos en una relación siempre fría.
Vivía solo sin novias ni mujer a la vista, él prefiere amigas para pasar el rato sin compromisos, no quiere por el momento engancharse con nadie. “Si soy feliz tal como estoy ¿Por qué estropearlo?” Afirmaciones totalmente prácticas que sin duda nadie le discutía.
De estatura que roza el 1,78, pelo y tez morena, unos ojos marrones muy bonitos lo mejor de un rostro acompañado del cuerpo algo regordete. Es uno de estos tipos que no destacan por su belleza, aunque tampoco se le puede considerar feo. Un hombre normal y despreocupado que tiene las ideas claras.
Al llegar a los estudios ya tiene que lidiar con los productores totalmente enfadados ante su retraso.
Enseguida se disculpa haciéndoles ver que el tráfico en la gran ciudad es realmente aplastante.
Tras llamar a los cámaras y ayudantes, toda la parafernalia se pone en moviendo espera grabar un par de escenas en está tarde.
- Chicos venid aquí.
Los dos actores acuden con cierto sopor en sus miradas a la llamada, todos desean terminar cuanto antes esa mierda y cobrar los cuatro duros.
Lo malo es que la actriz principal que debe ser la pasional y bella vampiro tiene bien poco de pasional, pero lo peor es que tiene menos de belleza. Una presencia de 1,60 acompañada de cara de caballo no es el glamour que precisamente se buscaba. El actor si que es un tipo bien parecido, alto, rubio y ojos azules, lo malo es que no sabe ni interpretar una sola frase.
El joven director, sudando, da las instrucciones:
- Es una escena muy simple, tú Carlos te encuentras de espalda maldiciendo la pérdida de tu amor, entonces Eva entras para abrazarlo por detrás, le besas el cuello que muerdes a continuación. Entonces el deseo os ataca a ambos para realizar en la cama el amor con fiereza. Bastará que os desnudéis del todo y que tú lamas sus pechos, entonces se gime un instante y se acabó.
Entonces el gran Carlos lanza otra de sus preguntas:
- ¿Cuando se termina la escena?
- Cuando escuchéis “corte” se finiquita todo, quiero que improviséis y nosotros ya rodaremos.
Antes de que contesten, el director se aleja de la escena mascullando entre dientes.
Su fiel ayudante Juan, a quien conoce desde el instituto, es su pañuelo de lágrimas:
- Siempre intenté hacer algo mejor, tengo un sueño de regalar un gran filme de terror, nada de explotación, me refiero a una buena película con intérpretes de verdad, con un guión que cuente algo. Realizar alguna cosa con la que sentirme orgulloso, ¿Sabes a lo que me refiero? Es duro trabajar diez horas diarias en basura para pajilleros.
Su amigo asiente divertido:
- ¿Quién te crees que eres? ¿Kubrick? Vamos colega es lo que nos da de comer, después viajamos por festivales, nos pagamos la hipoteca. Aunque este filme sea de lo peor que te sale, a pesar de que querías darle una mirada más adulta, no es culpa tuya. Si nuestros amigos productores no se gastan más que 18000 euros, además de contratar a actores no profesionales, no podemos hacer nada mejor. Estoy seguro que tienes mucho talento escondido pero desde el principio aceptaste este juego, una vez que entras no sales, ninguna productora importante te avalará viendo tus trabajos.
Por desgracia Juan tenía razón.
Anochece en el atasco de nuevo, las tripas no dejan de cantar, el móvil suena con su insistencia de siempre.
El productor le alecciona sobre lo próximo a rodar, maldita libertad que ni le dejan autoría para desempeñar por si mismo una escena.
El mesón, tal como es costumbre, se encuentra a reventar, al autor no le hace falta ni pedir el menú para que le sirvan. Lleva años acudiendo a comer o cenar siendo fiel a ese tranquilo lugar que tiene una clientela fija y precios aceptables.
Algo le deja sin respiración al notar que es lo que encuentra diferente en la familiaridad de siempre. Una joven morena pide una cerveza en la barra, debe andar por los veintisiete más o menos, mide poco más de 1,70 y sus facciones son las de una diosa.
Grandes ojos negros, con preciosa cabellera rizada de color oscuro, boca, nariz perfecta y un cuerpo con curvas de infarto, moldeado en belicosas piernas con nalgas esbeltas. Unos pechos hechos para el pecado. Su sonrisa es dulce aunque tiene la mirada triste, como de desamparo, a la vez que irradia cierto peligro. Unos matices irresistibles además de un vestuario extravagante.
Parece salida de un filme de vampiros, con ese traje ajustado, estilo gótico, de color rojo pasión, se rodea con una gran capa negra.
Sorprendentemente enfila el camino hacia la mesa de Manolo con decisión.
- Disculpe ¿Puedo sentarme?
- Por supuesto - responde el aludido con voz temblorosa - No es usted de por aquí, nunca la había visto.
- No soy de aquí, en realidad vengo de un lugar no demasiado agradable, digamos que me escape de él, cambiando de tema soy una gran admiradora de su trabajo. No de sus filmes que son muy pobres pero se nota en cada uno de ellos su firma, creo que es mejor director de lo que aparenta. Quiero ser su actriz principal.
- Lo siento pero ya tenemos a la intérprete contratada, le agradezco mucho su interés en mi carrera.
- ¡Ja, ja, ja, ja, ja! Perdone que me ría pero mucho me temo que su actriz no da la talla en el papel, digamos que me pasé por el rodaje. Pelee con sus productores que lo tienen esclavizado. Le prometo que le daré una interpretación sublime, que este filme significará su espaldarazo merecido, aunque para ello deberemos cambiar muchas cosas del guión. Cuando termine de cenar podría llevarme a su casa, en ella trabajaremos mis ideas.
El hombre se encuentra totalmente confundido, ¿De dónde sale está mujer? ¿Cómo puede ser que parece que lo sabe todo de mí? Sin embargo ante la extraña situación no puede negarse, la fuerza que le transmite la belleza que tiene enfrente le empuja a no negarse en nada de sus deseos.
- Me llamo…………
- Manolo pronuncia ella dulcemente. - ¿Acaso cree que no voy a conocer el nombre del director que va a situarme en la fama? Yo soy Vanesa. Sé que eres una buena persona. Honrada y trabajadora, aunque eso tus padres no sepan asimilarlo, ellos siempre te pidieron sobresalientes en tus estudios, que destacaras en los deportes, tú no estuviste a la altura.
- Es igual, no por ello dejas de ser brillante, solo que el verdadero talento no lo sacaste a relucir.
- ¿Sabes? Esto es un poco extraño, no entiendo el puesto que conoces mi vida, ni entiendo tampoco por qué supones tantas cosas de alguien que ni conoces.
- Puede ser extraño, pero nos necesitamos mutuamente.
- ¡Ya! Al menos dime algo sobre ti, cuéntame de donde eres, de tu familia, ¿A que te dedicas?
- Hace muchos años que no veo a mi familia, soy mucho mayor de lo que aparenta mi aspecto, me dedico a sobrevivir, aunque en ocasiones la sed es demasiado fuerte, pero quédate con eso. Solo soy en el fondo de todo una chica que quiere ser normal, que necesita amar y sentirse amada, encontrar la humanidad que todavía posee en su ser.
- Bueno, mejor no me cuentes nada, veo que tienes mucha imaginación, vamos a casa a ver que puedes ofrecerme.
……………………………………………………………
- ¡Nunca me pasó algo parecido! Exclama entusiasmado el joven ante la fuerza narrativa que desarrolla frente al teclado. El guión se rescribe prácticamente de principio a fin creando un relato maduro lleno de tensiones, fuerza y gran densidad dramática.
¿De donde salía de repente esa capacidad? ¿Es la chica misteriosa su inspiración? Tal vez siempre tuvo ese talento escondido.
En compañía de Vanesa pasa por diferentes sentimientos, se abre de los adentros contándole sus frustraciones, sueños no convertidos en realidad, prácticamente le habla desde la infancia hasta el momento actual.
Rendido, cae dormido en el regazo de su bella amiga, que con suavidad lo tiende en el sofá, que sale después del pequeño apartamento.
El camino la guía hacia el cementerio, lugar de la muerte que tanto conoce cantan los seres de la noche, la niebla es densa. La tumba de sus padres le trae desagradables recuerdos. Una silueta se acerca.
El hombre, de una edad indefinida, vestido de riguroso negro, posee un corte aristócrata con su sombrero de copa y el bastón que mueve elegantemente en sus manos enguantadas.
Gran estatura, un sublime rostro aterciopelado de ojos azules, largo cabello dorado y sonrisa celestial a la vez que fría.
- Eres tan previsible desde que escapaste supe que tarde o temprano vendrías aquí. No entiendo esa actitud por remover el pasado.
- ¿No lo entiendes? Los ojos de Vanesa escupen fuego – Para algunos es fácil olvidar lo que un día pasó, para mí no. Entrasteis en una casa de gente que nunca hizo daño a nadie, matasteis a mis padres delante de mis ojos. Tuve suerte que te enamorases de la chica que lloraba, que solo la transformaras en un monstruo. Sabes de sobra que mi deseo es venganza, que jamás te amé a pesar de tus lujos porque no elegí ser inmortal ni poderosa. No fue mi decisión matar a gente inocente por su sangre, no puedes obligar a nadie a ser lo que no quiere ser.
- ¡Basta de tonterías! ¡Soy tu creador y me debes respeto! Eres el más poderoso vampiro después de mí, tienes facultades humanas que te permiten no temer a la luz del sol y beber o comer lo que quieras. Puedes caminar en el mundo que quieras siendo siempre bella. ¿Qué más puedes pedir? ¿Ser como ellos? ¡Míralos! Son seres inferiores llenos de miedos, de inseguridades. Nosotros nos entregamos a los placeres ocultos que otros no pueden alcanzar. Debes volver.
- ¡Ya salio el gran Orlof! ¡Rey de los vampiros! ¿Alguna vez te paraste a pensar que fuiste humano? Nosotros somos monstruos robotizados, no amamos, solo deseamos. No volveré a un reino infectado de tinieblas, además un hombre bondadoso necesita mi ayuda, mi deseo es vivir aquí, entre los humanos.
- ¡Para ser considerada un monstruo! Te olvidas de un pequeño inconveniente, necesitas sangre. Dentro de poco, tal vez unos días o meses, saldrá tu animal interior a matar. ¿Serás aceptada entre ellos? Te diré lo que va a pasar, todos te temerán o tal vez te odiarán y acabarán contigo. Te daré un margen para que juegues a la buena chica con ese desgraciado que intentas ayudar. Si no vuelves bajaré del infierno con unos cuantos ángeles para acabar contigo. Tú elegirás lo que quieres. Nosotros no soportamos la traición.
Tras una brisa helada el gran jefe desaparece.
Ella sabía desde el principio lo que pasaría ¿Puede enfrentarse a él? La respuesta clara es un no rotundo. Es mucho más fuerte en todos los sentidos, no tendrá piedad para infligirle dolores inimaginables, pero a pesar del peligro su decisión está tomada. Moriré en Madrid que es donde nací antes incluso que la ciudad tuviese su nombre. Si mato a alguien para sobrevivir solo será basura que por sus pecados no merece vivir.
Tal vez la fuerza humana que todavía recae en ella le permita afrontar la lucha, de momento debe ayudar a un chico a conseguir amarrar su destino. Realizaré el bien mientras pueda, después tendré que hacer el mal. Pero mi alma será siempre libre sin pertenecer a nadie. Con ello viviré o moriré con honor.
Tras estos pensamientos se encamina el regreso con una sonrisa de ánimo “tengo un filme que realizar” se dice en voz baja.
Al día siguiente se empieza a rodar desde la primera escena, con el guión nuevo él ayudante de dirección y gran amigo Juan no sale de su asombro.
Dispara las preguntas sin esperar respuesta, la mayoría sobre dos temas que le intrigan sobremanera.
¿De donde sacó a esa fabulosa actriz? ¿Quién es? ¿Cómo puede ser que rescribiera un guión completo en solo una noche? Lo más increíble es sin duda que los productores aceptaran todos los cambios sin rechistar.
El director se limita a contestar la verdad.
- Ella me encontró a mí, no se nada, ni de donde es, tampoco sé nada de su familia, solo puedo asegurarte una cosa. Que me inspiro sacando todo lo que tengo dentro, que es preciosa y que actúa como los dioses.
- ¿Los productores? Yo no los convencí, ya te puedes suponer quien fue, esa chica es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, creo que está completamente loca, se cree de verdad un vampiro o algo parecido, pero de momento dejemos seguir el juego.
El asombro no deja articular palabra al compañero de fatigas, su rostro, siempre seguro, se arruga ante la duda. Eso desata las carcajadas del director, que le llama cariñosamente “osito”, sobre todo cuando se preocupa con esos tics tan característicos en él.
Lo del apodo viene por su gran envergadura, próximo al 1,90, con prominente estomago aunque también gran anchura de espaldas.
Muchas veces aprovechaban su imagen de gigante de buen corazón para pequeños papeles. Unos cinco años mayor que Manolo, no lo parecía ante sus rasgos aniñados.
La verdad es que todos lo aprecian por su bondad, hombre de familia felizmente casado con una actriz de serie b de su misma edad y padre de un niño pequeño que espera no se dedique al mundillo del cine, ya que no le acaba de convencer una vida tan competitiva y llena de falsedad.
La escena se desarrolla y llaman su atención sacándole del letargo en que se encuentra sumido. La desconfianza crece a cada momento que observa a la extraña Vanesa.
Ella, con un monologo, postrada en un banco de un parque, ve la gente pasar, articula cada palabra con enorme tristeza de lo que se siente al no poder llevar una vida normal, como esas chicas felices que pasean con sus novios.
Condena su maldición entre lágrimas.
Todos asisten callados ante la luz que sale de toda la interpretación, llevada a cabo con desgarradora intensidad. Parece brillar en su largo vestido blanco, la mirada abarca desamparo, con una belleza llena de fragilidad a la vez que fuerza.
El “corten” rompe el silencio, sin pensarlo todos los del equipo de rodaje acuden en bandada a abrazarla, la escena queda poética, maravillosa, rodada con una maestría que nadie podía figurarse en un director de explotación. Los murmullos no dejan de afirmar una verdad como un templo.
- Esto puede ser algo muy grande, un autentico hito en el terror con drama, echo con poco presupuesto. Los productores se frotan las manos ante la pareja de actriz/ director que acaban de encontrarse de la noche a la mañana.
La joven pasa de las lágrimas a las sonrisas en el descanso, donde insiste en invitar a comer a su amigo.
- Estuviste maravillosa, no me creo que no actuaras antes.
- No estoy interpretando, lo que digo me sale de adentro, son mis sentimientos verdaderos.
- ¿De verdad te crees vampiro? ¿Es un método de eso que utilizáis los interpretes? Realmente empiezas a preocuparme.
- Es hora que veas con tus propios ojos la verdad ¿Vamos a tu casa?
Tras acceder se encaminan hacia su apartamento, puede ser que esté completamente loca, pero no puede ignorar lo que empieza a sentir por ella.
La desea con todas sus fuerzas, solo piensa en poseerla, además de que le embarga el misterio que rodea su ser. Parece salida de un cuento gótico, donde nada tiene sentido.
Es una locura, ya que solo la conoce de unos días, pero la normalidad desde que la vio no hace acto de presencia, ese sentimiento es enamoramiento al no poder dejar de mirarla.
Sin pensar, la besa apasionadamente, abrazándola fuertemente.
- Lo siento, yo no suelo comportarme así


- No te disculpes - responde ella devolviéndole el beso.
Entran en la habitación sin dejar de acariciarse, desnudos caen sobre la cama, él la besa suavemente por todo su cuerpo, arrancando suaves gemidos, se mueven lentamente, llegando al éxtasis conjunto.
Abrazados intentan alargar el momento:
- ¿Dónde estabas todos estos años? Eres mi princesa que acaba de rescatarme, o tal vez una bruja, ya que desde este momento solo quiero vivir para amarte.
- Ya te amaba incluso antes de verte, ahora solo puedo decir que el mundo es bonito en ocasiones. Debes saber quien soy en realidad, entonces creo que me despreciarás.
- Jamás podré despreciarte. Dime ¿quien eres? Quiero saber tus secretos para poder comprender lo que te hace sufrir y solucionarlo juntos. Deseo estar contigo en toda mi vida. Mi mundo ya no tiene sentido si no estás siempre conmigo.
Un dulce beso que se funde en un nuevo abrazo, ambos amantes callan ante el frescor del amanecer. Ella empieza a llorar desconsoladamente.
Sin más preámbulos se crea una imagen ante Manolo:
Un lugar negro, con castillos derruidos, formados por seres, algunos bellos y otros deformes. Todos se alimentan de sangre humana, de hombres y mujeres raptados, orgías llenas del color rojo de los crímenes.
Ella aparece en una con cara aterrorizada pidiendo clemencia para sus padres que son devorados. Él hombre alto la muerde en el cuello.
-¡Ahora eres una de nosotros! Exclama con gran sonrisa, mientras la bella joven cae sin sentido en el sueño de la muerte.
Las imágenes pasan viéndola matar para sobrevivir, el tiempo se convierte en la mano derecha del jefe del clan, pero en las noches, cuando está sola, llora su desgracia... a pesar de entregarse a la nueva vida.
Un día decide escapar para volver a la tierra de donde proviene, resolviendo ayudar a un director mediocre de quien se acaba de enamorar perdidamente.
- Ya sabes la verdad a grandes trazos, ellos vendrán a buscarme, lo nuestro es imposible. No debes temer, nunca te haré daño. Supongo que me consideras un monstruo, no puedo recriminártelo.
Ya vestidos se miran en silencio en el salón, él con voz temblorosa, empieza a preguntar.
- ¿Puedes explicarme como te puedes mover libremente a la luz del sol? Además no encuentro respuesta al verte comer de todo.
- ¡Claro! – Asiente ella con ironía – Si vemos una cruz huimos, se nos mata con estacas o el ajo nos hace huir. Olvídate de tus películas, los vampiros somos medio humanos, aunque tengo que admitir que algunos no pueden resistir el día, los más poderosos si que lo logramos. Nos mata lo mismo que acaba la vida con cualquiera, una bala, una caída. Lo difícil es que una bala nos alcance, o algo por el estilo. Que alguien sea lo suficientemente fuerte para dañarnos.
El hombre, con los ojos llorosos, articula
- Por una vez que encuentro el amor, es con un ser sobrenatural de todas formas no puedo obviar mis sentimientos. Quiero luchar contigo, no dejaré que te dañen, solo eres una victima.
Ella se abraza fuertemente.
- Ahora tengo que ir a cazar, quédate aquí, lucharemos juntos.
Desaparece ante la mirada llorosa de su amante.
- Joder, esto no se lo cree nadie.
En la calle se respira el mal, cuatro hombres de mal vivir acosan a une pobre joven aterrorizada, uno de ellos la empuja al suelo.
Las carcajadas resuenan entre el olor a alcohol, uno de ellos empieza a bajarse los pantalones mientras los demás sujetan a la indefensa victima, una fría navaja acaricia su mejilla.
- ¡Quieta puta! ¡Veras como te gusta! Vas a comprobar lo que son hombres de verdad. no esos maricones bien vestidos de discoteca.
Una voz resuena a sus espaldas, la morena con atuendo blanco, ajustado, que permite observar sus deliciosas formas, los mira desafiante. Parece que una luz la envuelve.
- Yo tengo ganas de unos hombres de verdad, ¿Sois vosotros los que me van hacer disfrutar? Sus labios dibujan una sonrisa de confianza, avanza lentamente hacia ellos.
- ¿De donde salio la guarra? pregunta uno de ellos acercándose
- ¡Eso da igual! Responde otro con el rostro del deseo. – Vamos a demostrarle con quien juega.
Los cuatro ríen abiertamente sin saber que esas son sus últimas sonrisas no tiempo a reaccionar ven ante sus ojos desaparecer a la presa que aparece de repente a la espalda de uno.
Le agarra la cabeza arrancándosela de cuajo, bebe en el interior de ella con el ansia del hambre contenida. Los gritos de horror se suceden.
Las unas de sus manos crecen rápidamente. Prácticamente porta diez cuchillas.
Con un salto mortal corta el cuello a otros dos, que se ahogan en su propia sangre. El que queda sale corriendo. pero no existe la piedad.
Se le planta delante con enorme velocidad, con gran precisión atraviesa su pecho, sacando el corazón devorando ante los ojos de la victima, la sangre que inunda el lugar no salpica ni una gota su vestido.
La chica que permanece en el suelo está al borde de un ataque.
- ¡Vete! Recuerda que las chicas jóvenes deben tener cuidado por donde pasan.
La joven desaparece rápidamente entre llantos, seguramente contará lo que acaba de presenciar a todas sus amistades. ¿Qué más da? Nadie va a creerla.
La escoria con la que alimentarse se multiplica en los recovecos de la ciudad, pasan los días en el rodaje y las noches en las calles. Apenas unas horas de sueño la mantienen fresca, el amor unido a la sangre que se sirve en cada madrugada le proporciona un gran poder. Son simples vagabundos o drogadictos que a la policía ni le interesa investigar. Circulan leyendas sobre una súper mujer que ajusticia sin piedad el mal.
Todo queda en cuentos de terror de novela barata, que por supuesto se olvidan rápidamente, sin dar crédito a los que pregonan descomunales tonterías.
El día llega, justo en la celebración del final del rodaje siente la fuerza del malvado Orlof. Es hora de enfrentarse a su destino. Desaparece sin dejar rastro, es su lucha y no quiere arrastrar a su amor a una muerte segura.
No hacen falta muchas palabras en el cementerio. En esta ocasión no se viene a parlamentar. Solo una pregunta que según la respuesta obtenida desencadenará la guerra.
- ¡Es el día de llevarte de vuelta! Volverás viva o muerta, tú decides.
- Ya sabes mi posición, me quedo aquí o muero con honor, pero jamás volveré a ser lo que no quiero, si te elimino conseguiré ser humana de nuevo. ¿Crees que no sabía que matando al que me convirtió lo lograba? Esperé este momento mucho tiempo. El poder que poseo ahora es el adecuado para derrotarte.
Los ojos del gran vampiro se incendian en fuego, bajo la tierra surgen enanos con sonrisas que dejan entrever dientes afilados muy negros. Casi un centenar que rodean al señor.
A la orden de “a por ella” se lanzan a por la chica.
Los colmillos de ella aparecen, las uñas crecen, la lucha comienza bajo el aullido de un lobo aterrorizado ante el espectáculo que rodea la luna llena.
Los primeros son recibidos por las manos en guantadas en espadas, las cabezas son cortadas ante los gritos del dolor, corre la joven entre las tumbas buscando cobijo para los nuevos ataques.
Las piedras se levantan del suelo atacando furiosamente a los pequeños monstruos que son salvajemente aplastados. Cuando está a punto de cantar victoria uno de ellos la ataca a traición, por la espalda. Rápidamente clava sus colmillos sobre el cuelo desgarrando la vida. Ella reacciona partiéndolo por la mitad.
Come sus tripas con la furia que la embarga. ¿Cómo puede cometer tan grave error de pasársele por alto el único que quedaba para darle el pasaporte? Tal vez por eso no se encontraba en posesión de retar a Orlof. Las fuerzas desaparecen en un mareo, el suelo la recibe con su dureza. El frío la embarga, el cuello sangra abundantemente, eso es el final.
Una voz la despierta.
- ¡Un puedes irte! -Manolo, arrodillado ante la moribunda, la besa apasionadamente.
- ¿Qué haces aquí?
- Algo me dijo donde estabas. Déjame luchar, te pido el poder para vengarte.
- ¡Que bonito! -ORLOF aplaude divertido. – Todo por ese simple humano que se arrastra. Respóndeme si vale la pena morir por él.
- No voy a morir, pues mi héroe va salvarme, responde antes de morder a su amado, que cae violentamente, convulsiones mueven todo su cuerpo, para levantarle de un salto, totalmente transformado.
Su pelo es largo, los ojos brillan, una fuerza descomunal mueve el suelo. Es el poder del hombre enamorado, del personaje gris que por una vez en su vida siente un poder que le embarga. Su voz suena profunda.
- Voy a matarte y ella revivirá en humana.
El jefe de los vampiros siente el miedo por primera vez en su existencia, ¿De donde sale ese poder? Antes de que pueda contestar el nuevo vampiro lo atraviesa fulgurantemente.
La muerte es instantánea, Vanesa se levanta recuperada totalmente, abrazándose al hombre que acaba de salvarla.
- ¿Qué hacemos a partir de este momento? - pregunta él.
- Con su muerte somos personas totalmente normales, tu vida de vampiro fue bastante corta. Solo nos queda vivir juntos para siempre y disfrutar del éxito de nuestras películas, tal vez algún día vienen otros a vengar la muerte de este miserable, lo aceptaremos. Sea como sea viviremos juntos o moriremos juntos.
La luna es testigo del beso entre numerosos cadáveres esparcidos. El amor vuelve a vencer al mal.

FIN


AP.